El 13 de octubre de 2025, volvimos a bailar

Por. Gabriela Algranti, exalumna del Colegio Olamí ORT

Conforme vamos creciendo, las fechas del calendario empiezan a encontrar un nuevo significado. En Kinder, un día de abril podría no significar nada, pero en prepa podría ser el cumpleaños de tu mejor amigo. En primaria, un día de julio era otro día más de verano. Pero al acabar la escuela, ese día se convierte en la fecha en que dejaste tu casa por un año para viajar con tus amigas. Cada año, los eventos importantes de nuestro calendario se van sumando.

En octubre de 2023, el día 07 tomó un nuevo significado. Ese día, Israel vivió el atentado más cruel desde el Holocausto. A partir de ese momento, el mundo cambió: cada humano, cada país y cada comunidad, a su manera. Las redes sociales se convirtieron en foros para expresar posturas sobre el conflicto árabe-israelí. TikTok se volvió una fuente donde se habla de Gaza y Palestina, e Instagram una galería de relojes y frases que marcan cuánto tiempo llevan secuestradas personas por Hamás. Ningún judío —y me atrevo a decir que ningún humano— volvió a ser el mismo. Yo cambié ese día. Mi comunidad cambió. Mi forma de ver el mundo y de ver mi judaísmo cambió. Y al igual que algo en mí cambió el 07 de octubre de 2023, algo cambió el 13 de octubre de 2025.

Tengo la fortuna de escribir esto sentada en la plaza Habima Square en Tel Aviv, justo la tarde del día 13 de octubre: el día en que regresaron todos los rehenes a Israel, a casa. Los últimos días han sido una montaña rusa de emociones. El día 11 se anunció que las negociaciones entre Israel, Hamás y Estados Unidos por un cese al fuego, la liberación de rehenes y el intercambio de presos palestinos eran un tema real de conversación. Entre muchas noticias, videos y rumores, por fin se confirmó: el 13 de octubre a las 8:00 a.m. (hora de Israel) liberarían a todos los rehenes que quedaban vivos en Gaza. Leer esa noticia es una emoción que nadie puede borrar. Ese nudo en la garganta y en la panza de emoción y esperanza no tiene una explicación lógica. Y tampoco es fácil explicar cómo todo un pueblo puede sentirlo al mismo tiempo.

¿Cómo le explicas a alguien que tus lágrimas de felicidad son por una persona que no conoces? ¿Cómo explicas la paz que sientes en tu interior? ¿Cómo explicas la felicidad y el alivio que se sienten en el aire? Todo el pueblo judío estuvo pegado al celular, viendo Instagram, recargando las páginas para ver qué noticia nueva llegaba, suscribiéndonos a canales nuevos para estar más informados.

Nosotros, mi grupo de ajshará y yo, quedamos en dormir temprano para levantarnos con energía y recibir a nuestros hermanos desde Hostage Square en Tel Aviv. Dormí alrededor de 4 horas, pero no me faltó ni un gramo de energía para despertar el 13 de octubre a las 6:30 a.m. Chequé de nuevo las noticias, las fuentes confiables y confirmé que el plan prometido seguía igual. Me bañé con música en hebreo de fondo, lloré de emoción mientras me vestía y caminé a la plaza. Llegué alrededor de las 7:30 a.m.

Poco a poco empezó a llegar todo Tel Aviv. Habían dos pantallas con la transmisión de las noticias, millones de cámaras y reporteros por todos lados, mucho color amarillo y carteles con nombres y edades. Pero sin duda, lo que más había y más resaltaba era la bandera de Israel. Comenzó la ceremonia, y la plaza se llenó de una vibra que explicar con palabras es casi imposible: lágrimas de felicidad, abrazos, champaña, banderas de Estados Unidos, carteles, sonrisas, más lágrimas, aplausos y porras. Pero más que nada: alivio. Una sensación de paz y felicidad que no se encuentra en otro lugar. Un sentimiento de hermandad que te hace entender por qué el pueblo de Israel nunca será borrado de la historia. Y te hace entender que eres parte de algo hermoso, único e infinito.

Lloré al ver cómo aterrizaba el primer helicóptero en la base del sur de Israel. Lloré al ver cómo una madre hablaba con su hijo por primera vez en 737 días. Canté Habayta a todo pulmón. Le eché porras a Trump por primera vez. Me tomé un shot para celebrar.

Y viendo a los secuestrados, en su estado físico y mental, solo podía pensar en lo poco que sabemos agradecer y lo expertos que somos en quejarnos. Solo pensaba en cómo damos por hecho a las personas: los abrazos, la comida, el agua y la luz del día. Pensé en cómo la vida es lo más frágil que posee cualquier humano, y en cómo deberíamos valorar cada segundo que tenemos. Deberíamos dar gracias cada día, cada minuto, por poder ser personas libres. Por poder ver la luz del día, comer, cantar, bailar y abrazar. Y más que nada, por poder ser judío, practicarlo y enseñarlo.

Noté cómo había personas de todas las edades, culturas y colores, reunidas para celebrar el comienzo del fin. Celebrando lo más hermoso que hay: la vida humana. Porque si algo nos identifica como judíos, es el valor que le damos a la vida. Israel es una nación de héroes. Porque el señor grande que te sirve el café fue alguna vez un soldado joven que participó en la guerra de Yom Kipur. Y el chavo que te gustó en el antro acaba de regresar de Gaza hace tres días porque le tocó defender a Israel. Israel no es una nación normal. Es todo menos eso.

Israel es un país que no se rinde, que da homenaje a través del arte, que habla a través de bailes y canciones. Que informa día y noche, que te hace sentir con sus frases y te hace sentir en casa. Eso hace a Israel un lugar mágico, lleno de luz y de personas que iluminan. Porque en ningún país se celebra la vida como aquí. Y después de dos años de guerra, de dolor, de lágrimas, marchas, protestas, vida, muerte, ansiedad y preocupación, volvimos a bailar.

Estar parada ahí en este día, es un verdadero privilegio. Es uno de esos tatuajes que no se tatúan con tinta. Un recuerdo eterno. Y es algo que agradeceré y atesoraré por siempre.

Los carteles que antes decían “BRING THEM HOME” ahora leen “WELCOME HOME”. Las fotos de aquellos que seguían en cautiverio han sido quitadas de las paredes o tienen un corazón al lado. Las personas que contaban cada día esperando el regreso de sus seres queridos por fin pueden dejar de contar. Las madres y padres que esperaban ese abrazo que pensaron que jamás llegaría, por fin lo pudieron vivir. Se siente como si por fin todos respiráramos. Como si las piedras que llevábamos en la espalda desde hace 737 días hubieran sido reemplazadas por aire.

Porque eso es Israel.

Esto somos.

Un pueblo que, a pesar de los retos y obstáculos, no se rinde. Y no paró hasta que la última persona secuestrada estuvo de regreso. Qué privilegio poder ser parte de este pueblo. Qué privilegio poder ver que todas esas lágrimas ahora son sonrisas.

Y así, el 13 de octubre se convirtió en uno de mis días favoritos del año. Un día que me marcó, que me hizo sentir y entender. Un día de celebración, amor y paz. Un día de esperanza. Un día que recordaré como uno de los mejores, tanto para mí como para el mundo. Viví lo que se contará en libros y películas. Viví las preguntas de mis hijos y nietos.

Hoy, 13 de octubre, viví la historia de resiliencia más única que se ha contado.

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