Una experiencia que marcó mi identidad: Primer Congreso Juvenil Sionista Mundial en Budapest

Por Sully Contente, alumna de 5o de Bachillerato, Escuela Yavne

Participar en el Primer Congreso Juvenil Sionista Mundial, realizado en Budapest del 3 al 6 de noviembre, fue una experiencia que dejó una profunda huella en mí. Este evento reunió a jóvenes de todo el mundo con un mismo propósito: reflexionar sobre nuestra identidad judía y el significado actual del sionismo.

Estar en la ciudad donde nació Theodor Herzl, el fundador del movimiento sionista moderno, hizo que todo cobrara un valor histórico y simbólico muy especial. Durante el congreso comprendí que el sionismo no es sólo un concepto del pasado ni un tema de los libros de historia. Es una idea viva, que sigue evolucionando, y que hoy representa la conexión del pueblo judío con Israel, con su identidad y con su compromiso hacia las próximas generaciones. El sionismo contemporáneo busca fortalecer el vínculo entre las comunidades judías del mundo y el Estado de Israel, adaptándose a los desafíos actuales.

Fuimos alrededor de 300 jóvenes de distintos lugares —Israel, América Latina, Europa, Estados Unidos, entre otros—. Aunque nuestras culturas y realidades eran muy diversas, compartíamos un mismo deseo: entender mejor qué significa ser judío y sionista en el presente. Desde el primer día, el ambiente fue increíble. Conocí a personas con historias muy diferentes, pero todas con la misma pasión por aprender, compartir y aportar. En los talleres discutimos temas como identidad judía, antisemitismo, liderazgo y la relación entre Israel y la diáspora. Las conversaciones fueron muy enriquecedoras y, aunque a veces había opiniones distintas, todos nos escuchábamos con respeto. Me gustó sentir que nuestras ideas realmente eran tomadas en cuenta.

Uno de los momentos más significativos fue la redacción de la “Carta Juvenil Sionista”, una declaración colectiva en la que plasmamos nuestras reflexiones y propuestas sobre el futuro del judaísmo y el papel de los jóvenes. Me impresionó ver cómo, a pesar de nuestras diferencias, coincidíamos en la importancia de mantener viva nuestra identidad y de construir juntos un futuro más comprometido. Fuera de las actividades formales también hubo momentos muy especiales: las pláticas en los pasillos del hotel, las risas, las canciones en hebreo y las conversaciones hasta tarde con nuevos amigos. Todo eso hizo que la experiencia fuera aún más cercana y significativa. Además, estar en Budapest, un lugar lleno de historia judía, hacía que todo tuviera aún más sentido.

Cuando terminó el congreso sentí nostalgia, pero también una gran motivación. Aprendí que el sionismo no es sólo una idea o un movimiento político, sino algo que se vive y se siente. Es una manera de fortalecer nuestra identidad y de mantenernos conectados entre nosotros y con nuestras raíces.

Sin duda, fue una experiencia que me marcó y que nunca voy a olvidar.

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